Payaso gentil
Me gusta verte cocinar lo que siempre nos cocinás, sacarte las milanesas del freezer y preguntarte siempre qué cantidad deseás hacer. Disfruto verte dar vuelta las papas solemnemente, una por una, con plena atención. Abrazo el momento en que exclamás lo feliz que te hace cenar sin televisión, y luego mencionás que comer con música es genial. Te observo separar las papas, preguntar si las porciones están parejas, emito mi juicio y translado las papas que desequilibran la equidad de nuestros platos. Nuestro ritual admite una variante, sin embargo: podemos tener dos saleros o uno solo, pero en cualquiera de los dos casos vos salás tu comida primero, mientras yo sirvo las bebidas -primero mi vaso, luego el tuyo-.
He encontrado el placer mayor al poder levantar la mesa silenciosamente, sabiendo con exactitud el lugar de cada elemento utilizado en el ritual alimenticio. Hago esto a oscuras, con la mínima cantidad de ruido, como si fuese mi misión evitar despertar a algún monstruo durmiente.
Creo que no existe otra persona en este mundo que note tanto todos esos pequeños regalos que te hago, gestos atentos pero desinteresados del día a día. Sé que sabés que te dejo el asiento de la ventana no porque yo no lo quiera, sino porque vos lo querés, y que también sabés que yo cargo con tus bolsas porque simplemente sé que vos no disfrutás hacerlo. Todas estas cosas no son rutinas, y es por eso mismo que no me pesa prenderte el cigarrillo cuando asumí que querías fumar uno. Veo tu atención en mi gesto, tu agradecimiento tácito, tu sonrisa infantil.
Y sé que sería estúpido no cumplirte un capricho, si ese es el premio que recibo a cambio.
He encontrado el placer mayor al poder levantar la mesa silenciosamente, sabiendo con exactitud el lugar de cada elemento utilizado en el ritual alimenticio. Hago esto a oscuras, con la mínima cantidad de ruido, como si fuese mi misión evitar despertar a algún monstruo durmiente.
Creo que no existe otra persona en este mundo que note tanto todos esos pequeños regalos que te hago, gestos atentos pero desinteresados del día a día. Sé que sabés que te dejo el asiento de la ventana no porque yo no lo quiera, sino porque vos lo querés, y que también sabés que yo cargo con tus bolsas porque simplemente sé que vos no disfrutás hacerlo. Todas estas cosas no son rutinas, y es por eso mismo que no me pesa prenderte el cigarrillo cuando asumí que querías fumar uno. Veo tu atención en mi gesto, tu agradecimiento tácito, tu sonrisa infantil.
Y sé que sería estúpido no cumplirte un capricho, si ese es el premio que recibo a cambio.
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