Esa cosa que rumiaba
Estaba pensando en qué escribirte cuando se me estremeció el noveno estómago. No fue un estremecimiento violento ni doloroso, fue algo más parecido a un cosquilleo seguido de un pequeño sonido de alerta, que habría sido como el de mensaje entrante de ICQ si mi noveno estómago pudiese hacer sonidos -o acaso yo fuera capaz de oírlos-.
Ahora recuerdo que nunca me ocupé de hablar puntualmente de mis estómagos. El concepto de su existencia apareció cuando yo escribía mi -nuestro- libro, y en aquel momento el mero hecho de mencionarlos fue suficiente para que vivieran en mí y se explicaran solos, al menos en mi esctructura de duendes, existencia, monstruos, colores y Universo.
Claro que vos no leiste mi libro y nadie lee mi mente -tal vez ella, pero hablar de ella no es el punto hoy-, aunque esa no sería razón suficiente para golpear las teclas de mi teclado en intención de explicación o descripción de mi sistema digestivo casi rumiante. No escribo entonces sobre mis estómagos para que vos los comprendas, sino porque en estos momentos sólo puedo escribir explicaciones y cosas semi entendibles, lejos de los maravillosos vómitos de antaño.
Jamás me entero antes de tiempo qué pasto estoy comiendo, dónde lo encuentro o cómo sabe. Todas -o algunas, depende el caso- estas cosas llegan luego de ser procesadas en algún estómago, rumiadas un rato, semi-vomitadas, movidas a algún otro estómago, en fin: eventualmente me entero por medio del resultado, qué pasto comí y qué cosa logré de él.
Cuento con probablemente nueve estómagos, aunque a veces son once o trece o seis, depende el día y sus ganas de aparecer en mi tórax. Usualmente, los estómagos de orden par son para los pastos tristes, aburridos o frustrantes, y los impares para los forrajes iluminadores, emocionantes y hermosos. Los estómagos de menor órden son los más ruidosos (o, mejor dicho, que más se hacen escuchar) y bajan en volumen mientras se alejan del primer estómago.
Suficiente con los estómagos: volviendo al tema del que quería hablar al principio, pensaba en qué escribirte cuando mi noveno estómago (creo que hoy es el anteúltimo) se estremeció suavemente y me devolvió un pasto semidigerido. Antes de eso yo lidiaba con pastos del tercer y segundo estómago. En el segundo rondaban los pastos concernientes a las penas que me aquejan actualmente -entre ellas, la cuestión de que venía con ganas de escribirte algo y siempre encontraba resistencia inspiracional- y en el tercer estómago el libro que me regalaste y su brillante discurso sobre el hurón. Tanto el primer estómago como los existentes entre el cuarto y el octavo, no tenían nada para traer a la discusión digestiva, ya sea por falta de pasto o falta de proceso.
Llegó entonces la materia semidigerida de mi noveno estómago en forma de pregunta invitadora: Lu, ¿En qué sos realmente buena? ¿Qué cosa sos verdaderamente capaz de hacer con suficiente calidad?
Conociendo mis estándares de calidad, supe que era una pregunta difícil de responder, si es que acaso existiera la respuesta. Soy ridículamente perfeccionista, y podés confirmar esto con cualquier persona que haya tenido el (des)agrado de trabajar conmigo. El segundo estómago se ocupó de traer su puta paridad diciendo que, definitivamente, no soy buena escribiendo. Ya te dije que mis estómagos pares suelen ser bastante insistentes con su pasto frustrante y desalentador. Pasó por mi cabeza la música, y luego la respuesta de que no soy buena en eso tampoco. Volví a mi viejo amor de las matemáticas, y caí automáticamente en cuenta de que soy pésima con ellas. Me propuse las manualidades, la creatividad, el entretenimiento, el razonamiento, el baile, la actuación, la observación, el estudio, la capacidad de amar; todas y cada una de las potenciales respuestas fueron rápidamente descartadas.
En algún otro contexto, quizás esto pueda ser el discurso de un adolescente depresivo que se cree un bueno-para-nada. Pero sé que soy muy hábil en todas las cosas anteriormente mencionadas, sólo que siempre me falta paciencia, iniciativa o interés para volverme realmente buena en alguna de ellas.
Todo esto para llegar a una conclusión que me dejó bastante safisfecha, y pude al fin abandonar el campo de pastoreo para poder escribir todo esto. La conclusión ganadora fue que soy realmente buena en no dominar ningún arte. La falta de enfoque lleva al panorama, y si acaso hubiese tenido la voluntad de perfeccionarme en alguna de las mil cosas en las que soy relativamente buena, habría perdido la capacidad de conocer el paisaje de otra. Llego entonces a ser relativamente buena en la música, las matemáticas, las manualidades, el razonamiento, la observación, todas esas cosas que ya dije y algunas otras cosas que me guardo de decir, porque sé que eso determina que sea una freak en vez de una simple ñoña. Puedo con cada una de ellas jugar a gusto, encontrar una maravilla, explotarla, interesarme, desinteresarme, aburrirme, seguir con otra cuestión. Supongo que podría nombrarlo, de alguna manera, como mi obsesión por no obsesionarme.
Ahora recuerdo que nunca me ocupé de hablar puntualmente de mis estómagos. El concepto de su existencia apareció cuando yo escribía mi -nuestro- libro, y en aquel momento el mero hecho de mencionarlos fue suficiente para que vivieran en mí y se explicaran solos, al menos en mi esctructura de duendes, existencia, monstruos, colores y Universo.
Claro que vos no leiste mi libro y nadie lee mi mente -tal vez ella, pero hablar de ella no es el punto hoy-, aunque esa no sería razón suficiente para golpear las teclas de mi teclado en intención de explicación o descripción de mi sistema digestivo casi rumiante. No escribo entonces sobre mis estómagos para que vos los comprendas, sino porque en estos momentos sólo puedo escribir explicaciones y cosas semi entendibles, lejos de los maravillosos vómitos de antaño.
Jamás me entero antes de tiempo qué pasto estoy comiendo, dónde lo encuentro o cómo sabe. Todas -o algunas, depende el caso- estas cosas llegan luego de ser procesadas en algún estómago, rumiadas un rato, semi-vomitadas, movidas a algún otro estómago, en fin: eventualmente me entero por medio del resultado, qué pasto comí y qué cosa logré de él.
Cuento con probablemente nueve estómagos, aunque a veces son once o trece o seis, depende el día y sus ganas de aparecer en mi tórax. Usualmente, los estómagos de orden par son para los pastos tristes, aburridos o frustrantes, y los impares para los forrajes iluminadores, emocionantes y hermosos. Los estómagos de menor órden son los más ruidosos (o, mejor dicho, que más se hacen escuchar) y bajan en volumen mientras se alejan del primer estómago.
Suficiente con los estómagos: volviendo al tema del que quería hablar al principio, pensaba en qué escribirte cuando mi noveno estómago (creo que hoy es el anteúltimo) se estremeció suavemente y me devolvió un pasto semidigerido. Antes de eso yo lidiaba con pastos del tercer y segundo estómago. En el segundo rondaban los pastos concernientes a las penas que me aquejan actualmente -entre ellas, la cuestión de que venía con ganas de escribirte algo y siempre encontraba resistencia inspiracional- y en el tercer estómago el libro que me regalaste y su brillante discurso sobre el hurón. Tanto el primer estómago como los existentes entre el cuarto y el octavo, no tenían nada para traer a la discusión digestiva, ya sea por falta de pasto o falta de proceso.
Llegó entonces la materia semidigerida de mi noveno estómago en forma de pregunta invitadora: Lu, ¿En qué sos realmente buena? ¿Qué cosa sos verdaderamente capaz de hacer con suficiente calidad?
Conociendo mis estándares de calidad, supe que era una pregunta difícil de responder, si es que acaso existiera la respuesta. Soy ridículamente perfeccionista, y podés confirmar esto con cualquier persona que haya tenido el (des)agrado de trabajar conmigo. El segundo estómago se ocupó de traer su puta paridad diciendo que, definitivamente, no soy buena escribiendo. Ya te dije que mis estómagos pares suelen ser bastante insistentes con su pasto frustrante y desalentador. Pasó por mi cabeza la música, y luego la respuesta de que no soy buena en eso tampoco. Volví a mi viejo amor de las matemáticas, y caí automáticamente en cuenta de que soy pésima con ellas. Me propuse las manualidades, la creatividad, el entretenimiento, el razonamiento, el baile, la actuación, la observación, el estudio, la capacidad de amar; todas y cada una de las potenciales respuestas fueron rápidamente descartadas.
En algún otro contexto, quizás esto pueda ser el discurso de un adolescente depresivo que se cree un bueno-para-nada. Pero sé que soy muy hábil en todas las cosas anteriormente mencionadas, sólo que siempre me falta paciencia, iniciativa o interés para volverme realmente buena en alguna de ellas.
Todo esto para llegar a una conclusión que me dejó bastante safisfecha, y pude al fin abandonar el campo de pastoreo para poder escribir todo esto. La conclusión ganadora fue que soy realmente buena en no dominar ningún arte. La falta de enfoque lleva al panorama, y si acaso hubiese tenido la voluntad de perfeccionarme en alguna de las mil cosas en las que soy relativamente buena, habría perdido la capacidad de conocer el paisaje de otra. Llego entonces a ser relativamente buena en la música, las matemáticas, las manualidades, el razonamiento, la observación, todas esas cosas que ya dije y algunas otras cosas que me guardo de decir, porque sé que eso determina que sea una freak en vez de una simple ñoña. Puedo con cada una de ellas jugar a gusto, encontrar una maravilla, explotarla, interesarme, desinteresarme, aburrirme, seguir con otra cuestión. Supongo que podría nombrarlo, de alguna manera, como mi obsesión por no obsesionarme.
Labels: discusiones de mi mente
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