Wednesday, December 03, 2008

ciudad lejana

érase una vez una ciudad lejana. no tan lejos: estamos en la época de la comunicación y los transportes... pero lejana en fin. no muy diferente a la ciudad que conocemos. porque todos conocemos una ciudad al fin y al cabo. una ciudad lejana entonces, con lo que casi todas las ciudades tienen: gente, oficinistas, exceso de autos, ruido, contaminación, basura, palomas y, salpicados y bastante desapercibidos, algunos Observadores. los Observadores son personas como cualquier otra, pero con la diferencia de que saben observar. En la ciudad lejana los oficinistas anémicos pululan con sus maletines de cuero y sus corbatas y sus tacos. muchos hablan por celular a los gritos. las secretarias de la ciudad lejana atienden los teléfonos y sirven el café y se permiten limarse las uñas cuando no tienen nada que hacer. los estudiantes charlan con sus compañeros como si fueran los únicos pobladores de la zona.



en esta ciudad se tenía también el privilegio del subte. no todas las ciudades tienen esta maravilla. pero por suerte, la ciudad lejana la tenía. ya saben que en el subte se genera el acontecimiento del pogo oficinista, descripto acá. un día de subte en la ciudad lejana era como cualquier día de subte de cualquier ciudad. cuatro o cinco o seis bagones: llegan, abren sus puertas, suena la chicharra, cierran sus puertas, se van. nada del otro mundo. una rutina justa y necesaria. bastante monótona pero funcional. gente que sale y que entra, algunos se quedan encerrados y escriben una canción como la de Café Tacuba [recomendadísima: se llama El Metro].



Resulta que un día en particular, a las ocho de la mañana, simplemente pasó. nadie supo muy bien por qué, pero en el subte empezó a llover. sí: a llover. ni el más precavido lleva su paraguas al subte: ¿cómo se podría uno imaginar que, así porque sí, las nubes del subte se pusieron negras y empezaron a suicidarse en forma de gotas gordas sobre la cabeza de los transeúntes? el subte era un descontrol. fue como si un niño masivo hubiese llenado de humo un hormiguero: todas las hormigas escandalizadas, buscando salir y gritando como si no conocieran a la lluvia. Los conductores no sabían qué hacer, las vías electrificadas y la gente escandalizada y el tiempo del recorrido por cumplir. los carteles en las bocas de subte no sabían cómo informar la situación al mundo de la superficie: "lluvia en los andenes, servicio no habitual". afuera había un sol increíblemente cautivador y las víctimas de este melodrama húmedo aparecían empapados en la vía pública y con cara de haber visto un fantasma. por supuesto que quienes no bajaron las escaleras y estaban sanos y salvos en las calles de la ciudad lejana, los vieron y rieron, sospechando el origen de una nueva tribu urbana con costumbres incoherentes.



muchas explicaciones fueron sugeridas por meteorólogos pretenciosos y por científicos con hambre de fama, muchos testimonios fueron publicados en los medios de comunicación masivos, muchos turistas curiosos fueron recibidos, remeras fueron estampadas y hasta se celebran festivales anuales en conmemoración. por meses todos hablaron del tema, compañeros de trabajo compartían con su café ideas locas para explicar lo sucedido. entretenedores del espectáculo usaron la historia para chistes de poca monta. la ciudad se volvió *la capital de los subtes lluviosos*. murales en todos los andenes cuentan la historia, pintados por artistas de renombre.


aquel día, algunos valientes se quedaron en el subte lluvioso, admirando el fenómeno meteorológico inédito: no trágico como un tsunami, solamente inesperado e inocente... como si fuera un chiste organizado por bándalos. pero los que estaba ahí supieron que no era producto de la mente humana... no había manera de ennegrecer las nubes del subte ni de hacerlo llover por mano propia. los valientes que permanecieron, entonces, por el tiempo que duró la lluvia, observando lo que sucedía y regocijándose con la maravilla, vieron en fin de qué se trataba. y todos ellos sonrieron al mismo tiempo. era sólo una sorpresa, un despertador. una excusa que inventó el universo para unir a la gente de la ciudad lejana y darles una identidad. un susto lo suficientemente grande para que la ciudad terminara con el hipo.



















y todo esto tiene sentido si te pasa~

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